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Recurrentemente responsabilizamos de la decadencia argentina a la mala dirigencia política, acusándola de incompetente e irresponsable, cuando no corrupta.
En paralelo, sabemos que la dirigencia es el motor que impulsa a toda organización acumplir sus objetivos, los que deben estar orientados al bien común. Entonces, la gran responsabilidad de dirigir una institución hace necesario que sus líderes y conductores no sólo estén capacitados profesionalmente, sino que representen los valoresde la vida y los principios fundacionales, pero además tengan una sólida personalidad para enfrentar el facilismo y las adversidades.
El problema surge dado que estas cualidades que exigimos de la dirigencia política quedan olvidadas cuando se trata de instituciones privadas, sean profesionales, sociales, deportivas y/o culturales, donde salvo honrosas excepciones, la calidad institucional es muy baja.
Esto significa que no aplicamos la misma vara de alta exigencia para con las personas que elegimos o designamos en las instituciones donde cotidianamente participamos, limitando nuestro accionar a un acompañamiento pasivo y silencioso. Es decir, nuestro comportamiento se divide negativamente en una exigencia declamativa intransigente con la dirigencia “pública” y un aval cómplice con la “privada”, como si se tratara de compartimentos aislados.
Por supuesto que la demanda de calidad e idoneidad no debería variar ya que ambas dirigencias tienen incidencia vital sobre nuestras vidas, pero además muchas veces lo público se enriquece con lo privado. Además, el dirigente,como máximo referente de una institución, debería servir como modelo y eje de consulta: por su rol de líder se ocupa de las demandas y necesidades de la comunidad.
Los líderes positivos conducen contagiando y minimizando problemas, para lo cual deben tener conocimientos, humildad, máxima información y capacidad de gestión. Esto implica saber organizar, dirigir y coordinar, pero también establecer relaciones, alianzas y apoyos, tenercapacidad de análisis y reflexión, poder de resolución y resiliencia para buscar soluciones inteligentes, representativas y justas sin generar divisiones por actitudes caprichosas o egoístas, y siempre respetando el marco legal y regulatorio.
Producto de un largo trabajo de investigación sobre “calidad insitucional de las organizaciones” que venimos realizando en la cátedra de emprendedorismo de la Ucema, regularmente participamos en reuniones y asambleas de instituciones en distintas áreas, incluyendo este año prestigiosas entidades centenarias de Argentina. En todas, grandes o chicas,rescatamos el rol de líderes capaces y bien intencionados.
Pero el factor común encontrado, independientemente de la solvencia patrimonial de la institución y la situación económica actual,es la conjunción de los ingredientes que hacen a la baja calidad institucional entre los que podemos mencionar: manejo discrecional, imposición de temas no representativos o dictados por la moda, abuso en el uso de los recursos dela organización, falta de autocrítica, promoción de grietas y bandos, déficit de información, comunicación tergiversada o parcial, difusión de medias verdades, intolerancia, autismo, anulación del enriquecimiento de ideas a través del debate, nepotismo y amiguismo en la formación de cuadros, falta de renovación dirigencial, controles laxos, ausencia de responsables ante errores y fracasos, posiciones “panqueque” (recordar caso del diputado Borocotó), desinterés sobre participación, arbitrariedades y pobre aplicación del derecho a defensa, falta de transparencia y confusión en conceptos como rendición de cuentas. Es decir, en muchas instituciones privadas no se aplican los postulados del gobierno corporativo, traduciéndose esto en dirigencias que aportan discretamente, con buena voluntad pero sin crear calidad institucional, dependiendo la suerte de sus gestiones de contar con amplios recursos financieros.
Producto del trabajo, adaptamos índices de calidad institucional y detectamos como patrones más frecuentes el narcisismo, la falta de idoneidad, y la ambición desmedida en autoridades que priorizan mantener el poder.
Así, esto que exigimos de la dirigencia política y evitamos en las instituciones privadas, aleja la posibilidad de mejora ya que niega la “idoneidad”, condición clave para el desarrollo sustentable, que además influencia y derrama sobre la comunidad.
Entonces se fortalece un patrón cultural dondeno construimos calidad institucional en nuestros ámbitos de participación, aceptando la mediocridad como norma, para finalmente quedar encerrados en la trampa de la apatía sin poder salir del círculo vicioso de la queja improductiva.
Finalmente, si no entendemos la necesidad estratégica de formar una dirigencia privada de excelencia basada en el cursus honorum, seguiremos sin valorar la influencia potencial que ésta tiene para la idoneidad de la clase política argentina.
Por Francisco Ma. Pertierra Cánepa Profesor UCEMA y presidente de la Asociación Argentina de Fideicomisos y Fondos de Inversión Directa (AAFyFID)
La trampa que dificulta la mejora de la dirigencia política
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